LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – La fe de un pueblo empobrecido
En Abya-Yala, la crisis de fe no siempre proviene de la secularización sino del aspecto exterminador e intolerante de la opresión, promovida, en gran parte, por naciones y personas que se decían cristianas, y mantenida en nombre de la civilización que se autoproclama “occidental cris- tiana”.
La preferencia de Dios por el que está en el último peldaño de la pirámide social, marginado por la cultura dominante, por el que es diferente, por el que es “otro”, provoca escándalo en una cultura como la nuestra, en la que todo se define a partir de los que viven del juego del poder, del saber y del tener; en fin, una cultura que se define a partir del “YO”.
Ellos, con sus armas ideológicas de opresión (Ex. 1,22) y doctrinas legalistas (Lc. 11,37-53), cuestionan constantemente las formas de vivir, y reflexionar, la fe por parte de los pequeños. De ahí que su reflexión se sitúe frecuentemente en un mundo de preguntas externas e internas. Los cuestionamientos externos vienen de todas aquellas políticas sociales y económicas de los gobiernos, que elaboran “proyectos y leyes de desarrollo” sin el mínimo respeto por la vida y la autonomía de estos pueblos.
También de los sistemas totalizantes y etnocidas modernos y posmodernos, cuyas técnicas unidimensionales se imponen arbitrariamente sobre la dimensión simbólico religiosa de la técnica andina.
A nivel interno, este pueblo aymara y cristiano, muchas veces orgulloso de ser “católico, apostólico y romano”, todavía es denominado como cultura primitiva tradicional, que vive su fe apoyada por la tradición familiar y cultural, hecha de ritos, costumbres y fiestas.
Así, son postergados por practicar una religiosidad denominada popular; acusados por vivir un cristianismo sincrético mágico supersticioso y culpados por mantenerse aún como Iglesia tradicional rural, llena de manifestaciones caducas que no llevan a asumir un cristianismo adulto y crítico.
Sin embargo, estos pequeños: pobres, ignorantes y excluidos que no siempre viven su fe de acuerdo con las normas y doctrinas oficiales (Lc. 18,9-14) son, sin embargo, el lugar privilegiado, el lugar por excelencia, de la revelación del Señor del cielo y la tierra. En definitiva son preferencial- mente los destinatarios del amor gratuito del Padre (Mt. 25,34).
Sus expe- riencias de Dios, su fe, sus prácticas religiosas, son celebraciones y expresiones espontáneas con las que conmemoran la manifestación infinita del Creador en la historia. En la celebración del rito de la ofrenda a la Pachamama subyace la historia que nos revela la manera cómo este pueblo empobrecido desde sus orígenes se caracteriza por un marcado sentimiento religioso.
Su fe en el Dios Creador no sólo acompañó las prácticas y celebraciones ancestra- les, sino todo el proceso de resistencia y lucha continua por su liberación. Él, explotado y humillado muchas veces con el apoyo tácito de estructuras religiosas, no es un pueblo secularizado o no creyente; muy por el contrario, son hombres y mujeres profundamente religiosos, llenos de fe y esperanza de poder ver el mundo realizado en un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21,1).
Ellos, que a menudo sufren amenazas de muerte biológica y cultu- ral por las intenciones etnocidas de la modernidad y las políticas neoliberales, que se imponen a todos los pueblos de Abya-Yala, viven y celebran su fe en ese espacio colectivo denominado comunidad. Por ello, el rito de la ofrenda no tendrá sentido sin la participación de esa colectividad fundamentalmente teológica ayllu, marka (comunidad, pueblo), que es la base de su cultura, religiosidad y eclesialidad.
Esta última dimensión, his- tóricamente impuesta, todavía, muestra su poder e intolerancia, sin percibir que la potencialidad comunitaria de estos pueblos podría llevarles a redescubrir y reasumir la verdadera dimensión del misterio de la Iglesia. A pesar de todo, en ella, este pueblo descubre valores que le permiten recu- perar su memoria histórica e identidad cultural.
O sea, espacios de profunda realización con que exclaman libremente: “somos Iglesia aymara”. Estos momentos gratuitos de vida comunitaria son los espacios privilegiados (pachas = kairoi) donde los hilos del pasado (las experiencias ancestrales) y del presente (la experiencia cristiana), a la luz de la palabra revelada, se enlazan para formar un tejido de admirable unidad.
El artesa- no organizador de este arduo trabajo es el propio pueblo aymara que, a través de sus exponentes más representativos, “es el único realmente cualificado para expresar su vivencia y de esta manera enriquecernos a todos con su testimonio”7. “Hacen teología aymara quienes tiene identidad, organización, pen- samiento y espiritualidad aymara.
Reflexionan una realidad sagrada y la fe comunal en ella; la piensan como población agobiada cuya esperanza está puesta en mediaciones salvíficas; y esta cosmovisión propia es conjugada con el itinerario cristiano de la salvación del mal. Eso quiere decir que el aymara puede tener un cierto control y verificación de la verdad, de la automanifestación de Dios a partir de su realidad histórica y su experiencia”8.
Esa singularidad de la fe aymara no es ajena a todo el carácter comunitario subyacente en la fe bíblica que, desde el comienzo, nos relata peregrinaciones, santuarios, procesiones, fiestas, templos y casas de oración, ritos y sacrificios, salmos y cánticos, oración y catequesis en familia.
Debemos subrayar, sin embargo, que el culto de Israel es, en su inspiración original, un culto relacionado con la vida y con la historia del pueblo; es la celebración de sus alegrías y de sus tristezas, de sus opresiones y de sus liberaciones, de sus fidelidades e infidelidades.