LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – En búsqueda de una síntesis adulta y crítica
Estamos a punto de inaugurar el tercer milenio; donde la humanidad se enorgullece de haber alcanzado su máximo apogeo con la modernidad y la posmodernidad, y los cristianos nos preparamos para enfrentar el desafío reafirmando nuestro compromiso en el Cristo de ayer, hoy y siempre.
Pero la situación del pueblo aymara y de todos los pueblos marginados por ser indígenas, aún más, por continuar con la celebración de la ofrenda a la Pachamama continúa en cuestión. Las interrogantes cuentan con mejores y más fundamentados elementos científicos, pero no por eso dejan de ser intolerantes ni superan totalmente las experiencias arbitrarias de exterminación, iniciadas con la conquista cristianizadora.
Y esto es así porque toda la catequesis de esas épocas revela, en sentido estrictamente teológico, una estructura totalmente cuestionable. De esta manera se siente poco la inspiración bíblica del cristianismo como historia de la visita de Dios en gracia y perdón. Se presenta un concepto de Dios que sigue el esquema filosófico griego del “ente supremo con sus atributos” más que la experiencia bíblica del Dios de la alianza con la humanidad (Noé), de la alianza con el pueblo (Abraham y Moisés), de la misma con el corazón de cada uno (profetas), o la del Dios de la ternura con los pobres (toda la tradición bíblica).
Y, de Jesús se presenta más la visión metafísica de sus dos naturalezas, humana y divina, sin hacer referencia a un compromiso y seguimiento13. Desafortunadamente, los aymaras, o por resistencia o por temor al sistema impuesto, adoptaron gran parte de esa simbología y su limitado contenido doctrinal. Así, el rito de la ofrenda perderá su originalidad.
No será más una celebración de la vida ni una memoria histórica de la experiencia del Dios milenario, sino sólo una mera ceremonia para aplacar los castigos, sufrimientos y temores “impuestos por Dios”. Son éstas distorsiones del cristianismo y de la religiosidad aymara las que dieron, y aún dan lugar, a un fuerte tradicionalismo y a incompletas interpretaciones de su experiencia religiosa14.
Pero los aymaras, cristianizados o no, entraron en un dinamismo que, a la vez que los introduce en el corazón de sus pueblos, los lleva también más allá de sus fronteras tradicionales. Desde esta perspectiva, se busca una síntesis adulta y crítica que responda a los grandes desafíos teológicos levantados en la actualidad.
Así, es tal vez más artificial que real preguntarse si en realidad es una religión aymara con tinturas cristianas (como forma de resistencia) o cristianismo con rasgos aymaras (inculturación de la fe cristiana)15. Decidir qué es dependerá, en gran parte, de la concepción más cerrada o más abierta que tenga cada uno con referencia a los dos desafíos en cuestión.
Unos verán incompatibilidad entre las dos concepciones y, por tanto, se inclinarán al lado que más les satisfaga. Pero otros, más flexibles, verán posible una síntesis andino-cristiana16. Eso no significa vestirla de cristianismo, sino mostrar el sentido profundamente cristiano, que tiene desde su propia identidad y cultura.
En el mundo aymara los cuestionamientos e intolerancias son par- te de todo su caminar histórico. La colonización tuvo un sistema cuyo pensamiento negó su existencia como pueblo y una estructura religiosa autodenominada única, verdadera, oficial, que, en comunión con el sistema colonial, desconoció la humanidad de los vencidos. Sin embargo, el aymara, como primer responsable de esta síntesis adulta y crítica, lleva su reflexión bien más allá del simple dar respuesta a esos cuestionamientos serios.
El asunto realmente les conmociona porque son conscientes de que están divididos interiormente por un doble amor, que no les deja vivir tranquilos: aman a su pueblo y creen en su proyecto de vida, pero también aman a la Iglesia y creen en su proyecto de salvación. Dos amores que han crecido entre ellos y han convertido sus corazones y conciencias en campo de batalla, donde el último, con mejores armas, bombardea constantemente al primero.
Sin embargo, no dejan de ser optimistas. A pesar de todo, están convencidos de que es posible y vale la pena intentar reconciliar esos dos amores, porque saben que no hay contradicción insuperable entre los plantea- mientos fundamentales de la Iglesia, que son de Cristo, y los planteamien- tos teológicos de sus pueblos.
“Todos los pueblos, en efecto, constituyen una sola comunidad. Tienen un origen común, una vez que Dios hizo habitar todo el género humano en la faz de la tierra. Tienen igualmente un único fin común, Dios, cuya providencia, testimonios de bondad y planes de salvación abarcan a todos, hasta que los elegidos se reúnan en la Ciudad Santa, que será iluminada por el esplendor de Dios en cuya luz caminarán los pueblos”17.
Así, un cristianismo adulto, honesto, coherente y fiel a ese Cristo por quien Dios se encarna en la humanidad y nos muestra su amor infinito, sólo se dará cuando superemos nuestras limitaciones e intolerancias religiosas, que nos impiden reconocer la gracia actuante de Dios en todos los pueblos, porque no raras veces esa fe está llena de formalismo, tradicionalismo y, en algunos casos, hasta de un cierto fariseísmo legalista y ritualista.