LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA

Los capítulos que preceden a éste, en grandes líneas, intentan recoger la historia, las manifestaciones culturales y la experiencia religiosa de un pueblo despojado, empobrecido y peyorativamente denominado indio. A pesar de todas las intimidaciones excluyentes, es un pueblo en el que subyacen ricas expresiones culturales, que cobran vida particularmente en sus ritos y símbolos, el lenguaje más propio con que nos comunica cómo este pueblo ha experimentado y experimenta a Dios en su historia.

Esa profunda religiosidad dio lugar a numerosos estudios y ensayos que interpretan, casi sin excepción, un carácter predominantemente sin- cretista en su pensamiento teológico y en la praxis ritual. Aunque para muchos este sincretismo sea un signo de impureza y heterodoxia, ante todo es un hecho histórico, y tiene que ver con una historia sumamente compleja de imposición, interpenetración, extirpación y resistencia.

Los aymaras no son meros repetidores de expresiones religiosas y culturales, sino como vimos hombres y mujeres con profundas experien- cias religiosas cuyas raíces milenarias acompañan un presente de lucha por superar las erradicaciones, exclusiones, maltratos y desconocimientos de muchos. Son depositarios de una experiencia diferente de Dios que está íntimamente entretejida con su pueblo, y como personas arraigadas en una comunidad, estrechamente vinculadas a la Madre Tierra.

La creación entera es acogida como sacramento, como palabra reveladora, como expresión del Dios vivo que llama a la vida1. En realidad, lo que está en cuestión es la fe que se vive en el mundo aymara, en el mundo andino, en Abya-Yala de los pueblos originarios, y que se sitúa en la encrucijada de dos caminos.

El camino de su pasado milenario histórico religioso, lleno de manifestaciones míticas, rituales y sapienciales, y el del más triste desajuste social, causado por las constantes invasiones colonizadoras modernas. De hecho, no vamos a solucionar dudas relativas a la razón de la fe ni vamos a probar la autenticidad o validez de las experiencias religiosas.

Estamos acompañando la reflexión de un pueblo que desde hace medio milenio se llama y vive dentro de la revelación cristiana; y que han incor- porado en su experiencia muchos elementos simbólicos y éticos de una vida cristiana real, bautismal, alimentada por los ritos de la Iglesia y por las enseñanzas transmitidas a través de generaciones2.

La conquista colonia, la opresión y la evangelización, con sus luces y sombras históricas, son partes difícilmente separables de la vivencia y memoria concreta de este pueblo. Pero a la vez, sigue siendo también una experiencia religiosa aymara mantenida y consolidada a lo largo de esos siglos y de todos los que prece- dieron a la invasión.

Por eso, hasta hoy podemos seguir hablando de una auténtica religión aymara, en parte expresada públicamente y en parte cultivada en forma clandestina3. “La población del altiplano, tanto urbano como campesino, se carac- teriza por su marcada religiosidad. Es un pueblo creyente que practica los sa- cramentos a su manera y busca la justicia.

Y el espíritu de Dios actúa en medio de este pueblo. Por una parte somos herederos de la fe de nuestros ances- tros (quechuas-aymaras), cuya experiencia espiritual está relacionada al carácter socio cultural basado en la actividad agrícola ganadera; y, por otra parte, somos herederos del cristianismo de origen español europeo cuya cultura es de carácter urbano.

Ambos pueblos compartimos ciertos elementos simbólico-culturales para expresar nuestra fe a través de las etapas más so- bresalientes y significativas de nuestra vida personal y comunitaria”4. Desde esa perspectiva, en este capítulo intentaremos profundizar esa experiencia, el encuentro singular de Dios con los aymaras.

Aquella ex- periencia que es parte de su vida diaria y que ocurre al asumir su plan de salvación, permitiéndoles no solamente sentir sino, también, vivir la fe en sus expresiones religiosas y, en particular, en la celebración de sus ritos. En ese sentido, se trata de releer la historia, las expresiones culturales y de manera concreta, la experiencia amorosa de Dios subyacente en el rito de la ofrenda a la Pachamama, en nuestro caso que se revela en el caminar de todos los pueblos y culturas.

Será una relectura propiamente pascual. A ejemplo de los primeros discípulos de Jesús, que aprendieron a releer la historia, la experiencia religiosa y las expresiones culturales de su propio pueblo, Israel, a la luz del misterio pascual de Cristo (Lc. 24). Su religión y su cultura no se destru- yeron sino que se transformaron, volviéndose comunicadores de vida para otros pueblos.

Bajo esa perspectiva, el pueblo aymara silenciado, clandestinizado y cautivo durante siglos- también recupera y valora su experiencia del Dios vivo, al estar en la raíz de su propia cultura y que encontrará su cumplimiento en Cristo. Ellos, así, se encaminan iluminados por el Evangelio y por la intervención de Dios en los diferentes momentos de la historia, dejando la clandestinidad.

Constatarán que todas sus manifestaciones religiosas ritos, mitos, fiestas, etc. son momentos privilegiados de la comunicación de Dios y expresión de la misma. Esto les dará, aún más, garantía para recuperar su memoria histórica, su práctica religiosa y su lucha por liberarse del cautiverio que niega la sabiduría e identidad ancestral de un pueblo. De esta manera serán discípulos “en y desde” su propia identidad cultural, y testigos, ante otros pueblos hasta los confines de la tierra (Hch 1,8).

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