LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – El rostro aymara de Dios

“En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra dijo: ‘Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt. 11,25-26).

Muchas veces se nos hace difícil y problemático aceptar que los pequeños, es decir, los excluidos y despreciados como ignorantes en el sentido peyorativo, hablen de Dios. Por eso, se les opone a los “sabios e inteligentes”. Sin embargo, los mismos pobres, hambrientos y miserables (Lc. 6, 21-23), pecadores y enfermos y por eso despreciados (Mt. 9, 12, 13), las ovejas sin pastor (Mt. 9, 36), por quienes Jesús agradece y alaba al Pa- dre, reflexionan su vivencia religiosa como experiencia de Dios. Especialmente, de ese Dios que se revela, que se autocomunica actuando, transformando la vida y la historia.

Profundizando, ser cristiano adulto, coherente y fiel significa, pues, reconocer a Dios en los rostros sufrientes, y al mismo tiempo llenos de esperanza, de los pobres y marginados. Porque el mismo Hijo de Dios, nacido pobre, que corre la misma suerte de los pobres y que nos mostró la predilección del Padre por sus “pequeños”, nos revela su presencia, real y ver- dadera, en todo pobre.

“Y el que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mt. 18,5). O de la forma más clara y radical, en el pasaje del Juicio final (Mt. 25, 31-46). En definitiva, el criterio último de salvación es el amor concreto a los pobres. La Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Puebla 79), desde su compromiso profundo con la realidad de los pueblos de Abya-Yala, nos llama a reconocer los rostros sufrientes de Jesucristo que una vez más cuestionan e interpelan: “Rostros de niños golpeados por la pobreza desde antes de nacer, obstaculizándose así sus posibilidades de realización.

Rostros de indígenas y afroamericanos que viviendo marginados pueden ser considerados los más pobres entre los pobres. Rostros de campesinos que viven refugiados y en situaciones de dependencia interna y externa. Rostros de obreros con frecuencia mal retribuidos, con dificultad para organizarse y defender sus derechos. Rostros de desempleados y subempleados, despedidos por las fuertes exigencias de las crisis económicas. Rostros de marginados y hacinados urbanos frente a la ostentación de la riqueza en otros sectores sociales.

Rostros de ancianos, cada día más numerosos, marginados de la sociedad por su imposibilidad para ser ‘productivos”18. Para el aymara, el amor por el otro, por el hermano, por el prójimo, y en especial por el que sufre, está canonizado en todos y cada uno de sus valores culturales19. En cada persona que nace, que crece y se desarrolla reconoce la presencia de Dios.

Celebra el rito de la ofrenda y los ciclos de la vida exclamando Tatitu, Wawanakamaptwa (“Abba Padre, somos tus hijos”). Así, el amor por su propio pueblo y por la Iglesia es el amor a Dios que se da a conocer en el otro. “Si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4,20).

Por tanto, la reflexión parte del aymara en concreto. Él, consciente de sus valores, de su lucha y de su búsqueda de autonomía, resiste violencias extrinsecas y provenientes de fuera, muchas veces impuestas como verdades y en nombre de alguna autoridad. Su historia, su experiencia familiar y comunitaria (en general todos sus valores culturales) no pueden ser puestos entre paréntesis para la aceptación de verdades ajenas en todo ese universo.

Por consiguiente, sólo dentro de una realidad existencial, que envuelve la vida y experiencia del hombre y la mujer aymara, podemos reflexionar la experiencia de Dios. Vemos , pues, que este sujeto está en Abya-Yala, el reverso de la his- toria y de la modernidad festiva del Primer Mundo. “Lugar de miserias increíbles, de desigualdades sociales escandalosas, de violentos juegos de dominación y opresión sobre masas gigantescas, que comienzan a despertar en torrentes de libertad”20. Aún más, para nosotros es un sujeto específico.

Son hombres y mu- jeres -humillados y discriminados como indios- de un pueblo originario, rico en manifestaciones y vivencias pluriculturales, excluidos no sólo por los sistemas del mundo moderno, que les silencia y les deja en la miseria, sino también por la arrogancia del hombre blanco, que les despoja de su identidad, de su derecho a vivir y muchas veces, hasta de su fe.

Esta realidad excluyente y marginadora está fuertemente marcada por las condiciones económicas que empobrecen día a día nuestro continente. La vida de fe de este pueblo, y de la mayoría de nuestra Abya-Yala de todas las sangres, no puede sobrevolar por encima de la lucha diaria de subsistencia. “Por eso, la reflexión fundamental de la experiencia de Dios que desconozca esta situación de extrema pobreza no estaría respondiendo a la problemática propia de este pueblo y de las grandes mayorías del continente.

Sería una reflexión desde y para una mayoría privilegiada”21. En realidad, reflexionar sistemáticamente la experiencia y vivencia religiosa de este pueblo en su pasado, en su historia, en el presente y en sus proyectos hacia el futuro, expuesto a la luz y criterio de lo que considera la autoridad religiosa que puede ser las sagradas escrituras, la tradición, la sabiduría trasmitida, los sabios, los símbolos, etc., implica, en primer lugar, una metodología que considere la cotidianidad, la vida misma en toda su globalidad, teniendo en cuenta el marco de creatividad colaborativa, narrativa, cordial y sincrética.

En segundo lugar, invita a interpretarla fijándonos en el verdadero sentido de su fe, su sabiduría y su historia vividas como pueblo. Y, en tercer lugar, solicita respetarla, evitar cosificarla, reducirla a un pensar ilustrado o maltratarla como mero objeto de estudio y de acción pastoral. Profundizarla, pues, significa, valorar sus propias fuentes, y categorías simbólicas, además de, con la ayuda de los presupuestos que necesita toda reflexión teológica, acompañarla en el proceso de su sistematización ya emprendida, promoviendo un diálogo teológico en el contexto indígena.

“Se intenta expresar la orientación básica, a partir del análisis de las situaciones existenciales, sociales, vivencias, experiencias concretas (fenómenos) que se viven interpretándolas (hermenéutica) a la luz de la revelación y entendiendo la revelación en su luz. Preside tal método una intuición profunda de la fe que compartimos con nuestro pueblo: Dios, ya sea bajo el nombre, hoy tan desgastado, pero aún vivo en la conciencia popular, de la providencia divina, ya sea a través de gestas libertadoras.

El Dios de nuestra fe no es silencioso ni perdido en lo más alto del Olimpo, sino real, aún misteriosamente actuante en la historia. Esta actuación de Dios nos obliga a entender mejor nuestra vida, nuestra historia, nuestra existencia; a la vez, ésta permite que la revelación se torne realidad viva, nueva, siempre reinterpretada”22.

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