LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – La lucha por la vida
El rito memoria sencilla y profunda del Dios vivo que actúa en favor de su pueblo es la síntesis simbólica y narrativa de todos los hechos históricos de la manifestación del Dios Dador y Defensor de la vida. Los elementos que se preparan, para después constituir la ofrenda agradable, simbolizan aquello por lo que el aymara lucha a diario para sobrevivir: la tierra, la naturaleza, el alimento, la casa, la salud, el trabajo, la dignidad, etc.
Para el pueblo de la Biblia, así como para el pueblo aymara, la lucha por la vida se define en la lucha por la tierra. Ella, como don de Dios y elemento vital, es el lugar donde ellos viven su fe, su alegría y su unidad. La tierra es objeto de amor, de poesía y de admiración. Conviven con la tierra como se convive con alguien.
Cada árbol, cada río, cada cerro o planicie estan presentes en la memoria del pueblo y ligados a los sentimientos históricos y a su fe en Dios. La tierra, dentro del conjunto de elementos que forman la comunidad indígena, es vida, lugar sagrado, centro integrador de la comunidad. En ella se sienten en comunión con sus antepasados y en armonía con Dios. Por eso mismo, su tierra, forma parte sustancial de la experiencia religiosa y de su propio proyecto histórico”90.
Con todo, ella es arrebatada arbitrariamente y explotada como objeto de comercialización y consumo, dejando a sus hijos sin nada, empobrecidos, excluidos, viviendo continuamente en el exilio y como extranjeros en su propia tierra. Pero Dios muestra su poder sobre la muerte dándonos la plena libertad de escoger la vida.
Él mismo, por su infinito amor, nos exige elegir el camino de la vida como el único acceso y manera de contemplar su presencia en toda la creación y la historia (Dt. 30,15-20). Es así que se reafirma definitivamente como el Dios de la vida, al manifestarse plenamente en la humanidad, por medio de la Encarnación, Muerte y Resurrección de su Hijo.
Por eso la vida humana es don gratuito de Dios y fruto del Espíritu, que nos muestra el camino por donde se llega a la plena realización de lo humano. La resurrección de Jesucristo los sitúa de nuevo ante la misión de liberar a toda la Creación, que ha de ser transformada en nuevo cielo y nueva tierra donde tenga morada la justicia (cf. 2 P. 3,13)91.
Les permite afirmar que el lugar por excelencia de la revelación de Dios es la vida en todas sus dimensiones y, de manera especial, la vida de los excluidos de la historia. Conforme se lee en los libros bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, la revelación de Dios se dio a partir del dolor y del sufrimiento de los excluidos y en la solidaridad con ellos.
“He escuchado sus gritos… he bajado para liberar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para llevarlos a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel” (Ex. 3,7-8).
Las voces proféticas de denuncia contra todo lo que no permite ge- nerar y continuar este don gratuito y derecho de todos la vida, la tierra, anunciarán la presencia de Dios en la lucha diaria y en las esperanzas de estos pueblos:
“Si mejoran realmente su conducta y obras, si realmente hacen justicia mutua, y no oprimen al forastero y la viuda y no derraman sangre inocente en este lugar ni andan tras de otros dioses para su daño, entonces, Yo me quedaré con ustedes en este lugar… desde siempre y para siempre” (Jer. 7,5-7), “y serán mi pueblo” (Os. 2,25). Jesús nace y vive en medio de los pobres y centra su misión en el anuncio de la promesa liberadora, en la más rica tradición profética de la tierra libre y liberada:
“El espíritu de Dios está sobre mí…” (Lc. 4,18-19.21; Is. 61,1ss.). Este Evangelio es una proclamación alegre de que los pobres, los que sufren, los pacientes, los que tienen hambre y sed de justicia encon- trarán la vida: poseerán el Reino, la tierra como herencia; serán saciados y consolados, encontrarán la felicidad (Mt. 5,3-10).
El anuncio de este Evan- gelio significa para Jesús, y para la Iglesia de hoy, pasar por situaciones de conflicto (Mt. 5,11-12). Pero la resurrección de Jesús inicia la verdad de una vida en la que se cumple la promesa del Dios del cielo nuevo y la nueva tierra, “morada de Dios entre los hombres” (Ap. 21,1-5). Estas esperanzas se meditan en los momentos de silencio y contemplación que ofrece el rito.
Su memoria histórica les lleva a entender su pa- sado y confiar en una sociedad nueva. Eso nos enseña a ser solidarios con ellos, que creen en una tierra transfigurada donde reine la justicia, la igualdad, la fraternidad, la reconciliación entre todos y la naturaleza.
Y todo esto, por fuerza del Resucitado y del Espíritu. “Promover un cambio de mentalidad sobre el valor de la tierra desde la cosmovisión cristiana, que enlaza con las tradiciones culturales de los sectores pobres y campesinos”92.