LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – La ofrenda a la tierra

La Pachamama es la naturaleza objetivada en la tierra. Por ella, el aymara la reconoce como madre fecunda, porque de ella brota toda la vida, sea ésta animal o vegetal; ella misma es la vida que genera vida82. No se trata, como a menudo se dice, de la materia del suelo divinizada. Más bien de una relación con la divinidad en la actividad fundamental del pobre: sobrevivir.

Y en esa experiencia se reconoce la vida que recibimos de una madre generosa y fecunda83. Santo Domingo recoge contundentemente esta convicción: “Los cristianos no miran el universo solamente como naturaleza considerada en sí misma, sino como creación y primer don del amor del Señor por nosotros”84.

El aymara de ayer y de hoy se define, en relación al trabajo y al don de transformación que recibe de Dios, en su responsabilidad con la Creación (Gén. 2,15). Es un honor para él, pues es un modo de participar del poder de Dios.

Es ser Creador junto con Él. Pero, no obstante, sabe que es- te trabajo realizado con esfuerzo y dolor se debe al pecado del hombre y que la misma tierra fue maldita por causa del mal comportamiento de la humanidad: “Maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gén. 3,17-19).

Si los frutos de la tierra, los elementos de la naturaleza y la humanidad se reproducen y dan vida, son signo de la presencia actuante de este Dios que se va manifestando allí donde la vida nace y se desenvuelve. Dios es principio de vida. Él, desde el origen de la Creación, por medio de su Espíritu, da aliento a todos y a todo lo que vive.

“Y así fue. Vio Dios que to- do cuanto había hecho era bueno” (Gén. 1, 31a). El aymara no tiene la menor duda frente a este misterio, porque su vida depende de la vida y del alimento que da la tierra, con la que mantie- ne lazos de íntima relación. De ahí, que todas sus celebraciones rituales tie- nen como objetivo fundamental agradecer a Dios su manifestación gratui- ta en la vida, la historia y la tierra de este pueblo.

En ellas, la ofrenda se constituye como el elemento simbólico más importante e imprescindible, pues, a través de ella, se agradece y ofrece los dones recibidos de Dios. En este sentido, el rito de la ofrenda a la tierra, siendo una de las grandes ceremonias del calendario litúrgico aymara, responde fundamentalmente a ese carácter de reciprocidad y equilibrio para con Dios.

Se agradece a Dios “por, con y en la madre tierra” por el don gratuito de la vida, ofreciéndole los frutos que nacen de ella: “Nadie se presentará delante de mí con las manos vacías” (Ex. 23, 15b); “llevarás a la casa de Yahvé, tu Dios, las mejores primicias de tu suelo” (Ex. 23, 19a). Así, la vida del hombre depende de la vida de la tierra y viceversa.

Se va a ofrecer también aquello que la tierra necesita para continuar fecunda y generosa. Porque ellos saben que en los pequeños frutos de la tierra trabajada por los hombres y mujeres, Dios se hace presente como el Dios de la vida y permanece de forma muy particular entre ellos. “Precisamente en esos pequeños y humildes frutos y no en otros, como podrían ser oro o plata Dios se hace presente simbólicamente.

Dios opta por reasumir toda la grandiosa naturaleza, obra de sus manos (Gn. 1-2), a partir de sus frutos más insignificantes y humildes, con la colaboración de las pequeñas y frágiles manos humanas”85. Es así que la naturaleza y la tierra no son sólo objeto de producción, sino también de contemplación. Y como misterio, debe ser respetado y conservado en su integridad, en armonía con toda la Creación y buscando la paz con la tierra, con la comunidad y con Dios86.

Antes de un encuen- tro social o religioso, el examen de conciencia y la reconciliación con el otro es fundamental y necesario para entrar en armonía con Dios: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Lc. 5,23-24).

La ofrenda no es un acto mágico, como juzgan las mentes occidentales, sino la convicción plena de la reciprocidad Ayni presente en las entrañas milenarias de este pueblo87. Es manifestación simbólica, trascendencia de reciprocidad. Por ella el aymara entra en armonía con lo trascendente, expresa sus limitaciones humanas y las asume, reconociendo que estas flaquezas son la consecuencia del pecado y el mal.

“Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan” (Sal. 24,1), es la afirmación de fe que recorre toda la Biblia y con- firma la creencia de nuestros pueblos de que la tierra es el primer signo de la Alianza de Dios con el hombre88.

Por ello, la ofrenda es manifestación profunda de fe y acción de gracias por la vida, el trabajo, y los frutos de la naturaleza que ayudan a la subsistencia, a las alegrías y a la lucha continua de la familia, la comunidad y el pueblo agobiado por la pobreza.

En síntesis, afirma Irarrázaval, “el ethos indígena-andino es la reciprocidad, en pugna con el ethos occidental de la subordinación por razones sociales, raciales, sexuales, generacionales”89.

Tours Relacionados