LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – La revelación en la creación
El aymara procura, desde los albores de su existencia, respuestas para el sentido de la vida, de sí mismo y del mundo. En aquello que le tras- ciende, intuye la presencia de “algo” poderoso, fuerte, incontrolable y grandioso. Y ese “algo” lo identifica con la naturaleza: la tierra, la montaña, el agua, etc., a quienes teme, venera y respeta.
Posteriormente, termina por sacralizar esos espacios, asignándoles un nombre Pachamama, Achachila y Uywiri y tornándolos en cultuales, sobre todo para relacionarse con ese misterio Creador. Ellos son los protectores de todo lo que podría amenazar y perjudicar al equilibrio existente entre la humanidad, la naturaleza y la divinidad.
“Si la espléndida belleza de la naturaleza despertó a muchos a la dimensión religiosa, esto significa que Dios se ha revelado en ella de alguna forma. Por eso las criaturas son expresión de Dios”40. Por esa relación intensa y armónica con la naturaleza, este pueblo ha podido llegar al conocimiento de un Dios que se revela como Creador.
El cosmos, para él, es templo abierto donde la naturaleza y todo lo que la circunda se transforma en el sacramento de la presencia infinita de Dios. Esta percepción parte especialmente de su relación particular y profunda con la tierra, que es algo más que tierra: es la Pachamama Madre Tierra. En ella se encuentran el misterio, la renovada esperanza y la alegría.
“La tierra, dentro del conjunto de elementos que forman la comunidad indígena, es vida, lugar sagrado, centro integrador de vida de la comunidad. En ella viven y con ella conviven, a través de ella se sienten en comunión con sus antepasados y en armonía con Dios. Por eso mismo la tierra, su tierra, forma parte substancial de su experiencia histórica de su proyecto histórico.
En los indígenas existe un sentido natural de respeto a la tierra, ella es madre tierra, que alimenta sus hijos, por eso es necesario cuidarla, pedir permiso para cultivarla y no matarla”41. Esta realidad circundante no sólo le ha permitido organizar su cosmovisión, sino también crear elementos necesarios que fundamenten ese orden establecido llamado cosmos como obra perfecta del Dios Creador.
Estos elementos se encuentran canonizados en sus tradiciones orales historias, leyendas, mitos, ritos… y son formulados bajo una perfecta conca- tenación y armonía con los relatos bíblicos de la creación42. Así, son por- tadores de un significado importante para potenciar la reflexión de la manifestación de Dios en la naturaleza y, con ella, aportar algo nuevo al arduo trabajo de redescubrir al Señor de los cielos y la tierra43.
“Cuando la vivencia religiosa da el paso escuchando, como palabra viva de Dios, esa palabra presente en la creación esa palabra que es la creación, se produce el reconocimiento personal de la experiencia reveladora”44. Se constata que, en la tradición veterotestamentaria, el conocimien- to de Dios siguió un camino inverso. Cronológicamente, el Dios de la Alianza fue conocido antes que el Dios de la Creación.
Israel no descubrió a Dios por un proceso de reflexión metafísica, sino a través de sus intervenciones en la historia. Es a partir del Dios de la historia que Israel llegó al Dios de la creación; del Dios salvador al Dios creador. La perspectiva histórica es, pues, fundamental. Y la perspectiva cósmica es invocada apenas para garantizar la eficacia de la manifestación histórica.
Sin embargo, la creación comprendida a partir de la historia de la salvación continuará siempre asociada a esa historia y explicada a su luz, principalmente a la luz del Éxodo y de la Alianza. El Éxodo, visto en el con texto de la creación, gana un alcance universal; e, inversamente, la creación ya aparece como una intervención del Dios Salvador (Is. 51,9-10; Sal. 77,17-20; Heb. 3,8-13).
Por lo tanto, la creación para Israel es el primer ca- pítulo de la historia de la salvación. En el comienzo, antes de Moisés, Abraham y Noé, Dios creó y, por la creación inició la obra de la salvación. La creación es uno de los grandes hechos de Dios (Sal. 136,5-15)45. Moltmann46, desde la perspectiva ecológica de la creación, con su reflexión quiere dar un aporte nuevo a la búsqueda de una comunión universal con Dios, donde se condensen esas dos posturas y nos lleven a un mejor conocimiento del misterio.
Afirma que la manera por la cual se deben conciliar estas divergencias es por medio de la teología de la gloria. Ella consiste en la comunión universal con Dios, que no conoce límites. Al contrario, a su modo, abarca todas las personas y todo el universo: “Toda la tierra está llena de su gloria” (Is. 6,3).
En esta perspectiva, la reflexión aymara podría ser un gran aporte, porque el lenguaje simbólico del rito de la ofrenda nos muestra que su ex- periencia religiosa es experiencia del Creador que actúa e interviene en la historia de este pueblo. La ofrenda representa la cosmovisión, la vida y la historia de un pueblo fragmentado y plural que lucha por recuperar su unidad el Pachacuti, experimentada en un pasado mítico e histórico.
Una concentración que da lugar a que las ofrendas siempre sean compues- tas, es decir, varios dones en los que, son simbolizados la naturaleza y todas sus fuerzas, por medio de un gran número de elementos del mundo animal, vegetal y mineral, y en los que el mundo sobrenatural también tiene su campo de acción, por medio de la presencia de una cruz y/o de reproducciones en miniatura de uno o más santos. Así, la revelación de Dios en la historia profundiza y enriquece el descubrimiento de Dios en la naturaleza.
El misterio divino se manifiesta dentro de nuestro mundo. Así, podemos encontrarlo en la naturaleza que, en cuanto creación de Dios, remite al Creador; es el misterio que se revela en la humanidad misma y en la historia, que vive de una esperanza que significa algo más que la historia. Es así como el misterio del ser humano y de su mundo implica también a Dios.
Percibimos, con todo, la existencia de este misterio pero su contenido nos está oculto. Por eso, permanece inde- finido para el pensamiento puro y está abierto a múltiples interpretaciones. Sólo reconociendo a Dios como Dios en la fe, se respeta su ser divino en el mundo. Sólo cuando se le glorifica como el Señor, puede resplandecer su gloria y puede mostrar históricamente su señorío.
La revelación acontece en la fe del hombre y en el estilo de vida que nace de ella. De ahí, que toda la historia de la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento constituye una ilustración de lo que el Nuevo Testamento resume con estas palabras: “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo” (Heb. 1,1-2).