LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – La revelación en la historia
La fe del pueblo aymara relata la intervención de Dios en su historia, en concreto, en toda la historia de su ansiada liberación del yugo colonialista iniciada con la conquista. Con el vocablo pacha se indican los conceptos de espacio, tiempo e historia.
El tiempo histórico es dividido en dos ciclos: Ch’amak Pacha (tiempo desconocido o prehistórico) y Qhana Pacha (tiempo claro o conocido, o tiempo histórico). Con ello sienten que la existencia aquí y ahora es una interacción entre lo que ha pasado y lo que ha de ocurrir en el futuro, lo que todavía no es.
En ese sentido, la historia para ellos no es simplemente el recuento de grandes hazañas del pasado, sino la interpretación de ella como algo primordial y constitutivo del presente para la continuidad del futuro, porque la experiencia de vida de los antepasados se ha realizado en el mismo lugar geográfico Pacha que ocupan hoy.
En así como, el pasado, el presente y el futuro están relacionados y forman una unidad. Esta manera de asumir la historia llevó a muchos pueblos y culturas a hacer memoria de sus experiencias y acontecimientos históricos, que luego constituirían la base de su confesión de fe.
Hablamos aquí de las profesiones de fe en Yahvé en el Dios de la Alianza que fueron formuladas, relatando y dando cuenta del sentido de un proceso histórico concreto. Por ejemplo, la confesión del pueblo de Israel: “Mi padre era un arameo errante…” (Dt. 26,5-9), responde a un hecho histórico, releído e interpretado de manera nueva como “historia de salvación”.
Esta confesión se hacía con ocasión de “hacer memoria” de la toma de posesión y del cultivo de la tierra prometida, y de “agradecer” a Dios por las primicias de la tierra. La ofrenda a la Pachamama, de esta manera, no es una respuesta a angustias colectivas o a fenómenos de stress existencial.
Al contrario, es la manifestación de fe de un pueblo que hace memoria y reconoce a Dios no sólo como el Creador del universo que le rodea, sino también, y de manera singular, como el Dios histórico presente en las luchas continuas por su liberación y en la defensa y la recuperación de esa naturaleza despojada y cautiva durante siglos.
Por ella, con ella y en ella, profesan su fe “Padre bueno, Señor del cielo y la tierra, somos tus hijos e hijas”, relatando las etapas ancestrales de su religiosidad a la luz de los eventos históricos del Dios de la vida37. La mayoría de las veces lo hará en silencio. Esto no resta importancia a la expresión oral.
Al contrario, sus oraciones espontáneas de carácter letánico, se invocan, por así decirlo “de un tirón” a los antepasa dos, a las fuerzas personificadas de la naturaleza y a los habitantes del cielo cristiano. Y esto de tal manera, que la persona conversa verdaderamen te con ellos, del mismo modo que lo hace con su prójimo.
Así, la historia más real de la humanidad no es la que va de un acontecimiento a otro, sino la que sucede en ella, la que va de una interpretación a otra. Y esa interpretación no es contradictoria con la verdad de los acontecimientos que interpreta sino el modo liberador de conocer los eventos. Vemos que en este círculo hermenéutico se da una relación asimétrica de las instancias.
Historia y revelación no son realidades de la misma naturaleza ni del mismo peso axiológico. Tampoco se nutren de la misma fuente de la verdad. La revelación nace del acto libre y gratuito del Dios que quiere comunicar, a sí mismo y su plan salvífico, a la humanidad situada en la historia. Así pues, la historia viene a ser la construcción de hombres y mujeres que van trazando su destino.
La revelación de Dios es un hecho histórico porque se realiza en la historia. A lo largo de muchos siglos Dios se ha ido manifestando progresivamente en su encuentro con los hombres y, plenamente, en Jesucristo (Heb. 1,1-2).
En las Escrituras constatamos los rasgos de este Dios personal y familiar que se manifiesta a los patriarcas; la imagen de un Dios que, por medio de Moisés, libera a su pueblo y hace alianza con él; la imagen del Dios que quiere “coreinar”, con la autoridad urgente, sobre una nación donde la ley y la justicia sean un bien para todos.
Por eso, la historia y existencia de la humanidad son el lugar para hallar a Dios, pero sabiendo que Dios no es producto de esa historia o existencia. “El hombre encontrará al Dios vivo únicamente en el hombre, en su historia. No en las alturas ni en el más allá. Pero por otro lado, no conseguirá captar al Dios vivo solamente a partir de la historia humana. Dios se revela en la historia, pero no brota de la historia.
Es una luz derramada sobre la historia”38. Sin embargo, encontramos una acción recíproca entre historia y revelación. Esta acción común es causa de fecundidad para ambas, y afecta, también, a cada una de ellas desde un mismo origen. Para mostrar la unidad entre revelación e historia no se puede concebir, por fidelidad a Dios mismo y a la humanidad por él creada, una doble historia.
En la historia concreta de los hombres y mujeres sólo existe una finalidad, que es sobrenatural. Ellos tienen sólo una vocación histórica. Por lo tanto, hay una sola historia y una sola eficacia. De esta manera la revelación descubre el progreso del Reino en el progreso temporal de la humanidad. Y es así como aclara el misterio del hombre concreto, que lucha en la historia39.