LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – Lugares privilegiados de la experiencia religiosa aymara

La teología clásica conoció los famosos loci theologici -lugares teoló- gicos- que resumían las autoridades y fuentes principales de la misma: Es- critura, Santos Padres, Dogma, Concilios, Teólogos (especialmente Santo Tomás)… Los desafíos de la modernidad enseñaron a descubrir, con un sentido diferente, y real, “la experiencia humana” como lugar teológico, en cuanto “lugar de sentido”. Se privilegiaron las experiencias cargadas de densidad existencial: dolor, sufrimiento, muerte, angustia, vacío en la vida, etc.

En nuestro continente se reconoció en el pobre el lugar privilegiado para hacer teología. Hoy, dejando de lado las “grandes narrativas” (histó- ricas, filosóficas, ideológicas, sociológicas, teológicas) vemos como los pequeños relatos ocupan un lugar privilegiado. Se convierten, así, en lugares donde se descubre el actuar de Dios y, por consiguiente la posibilidad de hacer teología.

Con eso se abre un espacio maravilloso para la nueva teología de lo “pequeño”, de las “breves narraciones”. En fin, cualquier lugar en que se realiza la historia, la vida, la aventura y el amor, se torna “lugar teológico” de nueva y diversificada teología58.

En consecuencia, las manifestaciones religiosas el rito de la ofrenda a la Pachamama en nuestro caso- son los momentos por excelencia de la teologización aymara, es decir, el lugar privilegiado de la fe y, consi- guientemente, donde se da una relación con el presente.

Por eso, no se pueden negar impunemente estas manifestaciones, ya que ellas se transforman en los espacios y momentos privilegiados en que Dios se autocomunica y muestra su amor gratuito. “De su seno correrán ríos de agua viva”, dijo Jesús a los creyentes prometiendo el Espíritu, antes de ser glorificado (Jn 7,38b).

Jesús se acer- ca a todas las culturas denominadas peyorativamente paganas, pidiendo beber el elemento vital y milenario que da vida a toda la creación. En ese contacto, Él se da a conocer como el agua que corre desde toda la eternidad dando vida a toda la humanidad. Después de muchos encuentros y desencuentros con esta fuente inagotable de agua viva, el aymara toca esos manantiales y entra en contacto con ellos, fortaleciendo su vida y esperanzas.

Las noches clandestinas y cautivas, llenas de sufrimiento y de dolor, se abren a un amanecer repleto de luz y de amor por su pueblo (Jn. 4,1s). Habiendo hecho esta experiencia, aun bajo intuiciones de desconfianza, se pregunta: “¿Puede el aymara cristiano celebrar la ofrenda a la tierra?” Una pregunta desafiante, no sólo para los que no aceptan las aguas milenarias de este pueblo, sino para los mismos aymaras que poco a poco enriquecen sus manantiales con el agua de la vida y se van convirtiendo en fuentes de agua, que brota para la vida eterna (Jn. 4,14).

“Todos los que toquen tales manantiales entran en contacto con la revelación verdadera, aunque no dispongan del mapa cristiano. No es el mapa el que salva, sino beber de las aguas”59. Los primeros manantiales aymaras que entran en contacto con esas aguas de la revelación cristiana son las fuentes tradicionales, con las que dan a conocer, en las que celebran y por las que renuevan, su caminar histórico con el Dios que les acompaña y da vida.

Me refiero a sus mitos, ritos y fiestas. Así, la celebración del rito de la ofrenda a la Pachamama nos lleva a percibir el encuentro de esos manantiales y los esfuerzos en llegar a ser verdadera fuente de agua viva. Al sumergirnos en ella, de ninguna manera pretendemos hacerlo de forma exhaustiva y erudita, sino que, teniendo en cuenta los elementos simbólicos constitutivos del rito, reflexionaremos a la luz de la revelación cristiana los momentos importantes y las maneras de manifestarse del Dios de la historia, en la vida de este pueblo.

Los mitos. La sabiduría milenaria del pueblo aymara se constata a través de las tradiciones orales transmitidas de generación en generación. Dentro de toda la gama de esta categoría sapiencial simbólica, el mito ocu- pa un lugar preponderante. Él es el libro de la vida; por él expresa su visión del mundo, de la naturaleza, del pasado, del presente y del futuro.

Es un elemento fundamental y constitutivo de la celebración ritual; en él están canonizados toda la memoria, la historia, los hechos y los momentos de su experiencia religiosa60. La Biblia también transmite mitos que ella no creó y que los asume del contexto de las civilizaciones semíticas antiguas.

Los mitos antiguos orientales fueron purificados, modificados, asumidos dentro de la concepción bíblica del hombre. Con todo, ellos subsisten y contienen una parte de verdad que nunca será expresada en conceptos científicos, que se presta a comentarios siempre nuevos y es fuente inagotable de reflexiones sobre la condición humana61.

La manera como el Antiguo Testamento se formó y fue escrito y la función que él ejercía en el pueblo hebreo, y aún ejerce en nuestra vida, son muy semejantes al proceso que marca el origen, el uso y la función de los mitos en la vida del pueblo aymara. Sabemos que su contenido no era fijo, sino que fue creciendo, junto con el pueblo, a lo largo de la historia. Como los mitos, estas historias siempre eran releídas y actualizadas a la luz y en función de los nuevos acontecimientos.

La última de estas sucesivas “relecturas” de las historias del Antiguo Testamento fue hecha por los cris- tianos a luz del acontecimiento Jesucristo. En Cristo, finalmente, el Antiguo Testamento se abre y revela el amor de Dios presente desde el principio (Jn. 1,1ss). En la recopilación de las tradiciones orales sobre la creación del mundo aymara, titulado Génesis aymara (mitos de creación)62, encontra- mos diversas narraciones de la Creación.

En ellas, el aymara, inspirado en los relatos bíblicos, reafirma que la naturaleza, y en particular la tierra, es el primer signo de la alianza de Dios con la humanidad. Así también hay relatos que narran la manifestación del Dios Trinitario63 en su versión aymara , con las que se adentra en todo el proceso de la historia de la salvación.

Esta profunda sabiduría, enriquecida por la tradición bíblica, es la que sostiene el rito de la ofrenda a la Pachamama. La celebración, en su es- tructura, gestos y símbolos narra esos momentos históricos de la actua- ción de Dios en la creación del universo y la humanidad.

“Contar es el modo propio de hablar de Dios, no se trata solamente de una forma literaria y menos aún de un recurso pedagógico, como nos gusta decir a propósito de las parábolas evangélicas; es el lenguaje justo y apropiado para decir Dios, ellas pertenecen a la naturaleza del Evangelio (…).

No se pretende que el simple acto de relatar sea capaz de iluminar los más recónditos lugares de la existencia y de la historia humanas, pero es un gesto que tiene su luz propia, por modesta que sea”64. Los Ritos. Son las formas externas del encuentro con Dios, instituidas comunitariamente y en cuya manifestación simbólica está la base y el esfuerzo de responder a la experiencia vivida, tanto en las religiones no cristianas de la antigüedad como también, de manera amplia, en el Antiguo Testamento.

Para Israel, los ritos eran celebraciones y expresiones singulares de fe, por los que se hará memoria de las experiencias vividas como pueblo elegido por Dios. En ellos reconocen a Dios como Creador y Señor de la tierra: “Tomarás las primicias de todos los productos del suelo que cose- ches en la tierra que Yahvé tu Dios te da, las pondrás en una cesta, y las llevarás al lugar elegido por Yahvé para morada de su nombre” (Dt. 26,2).

Y también por ellos reconocen la manifestación de un Dios liberador, pre- sente en la historia de su pueblo: “El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará en el altar de Yahvé tu Dios. Tú pronunciarás estas palabras ante Yahvé tu Dios: ‘Mi padre fue un arameo errante…” (Dt. 26,5s). La tradición cristiana es la continuidad perfecta entre la palabra Creadora y la palabra del Verbo encarnado.

Creación, Elección, Ley, Profetas, Encarnación, constituyen las etapas de la salvación. La orientación del Antiguo Testamento para el Nuevo es muestra de cómo Dios actúa con todos los pueblos. En la historia de ambos, Dios apenas explicó, por pura gratuidad, aquello que Él está haciendo con todos desde la Creación. En efecto, Dios creó todas las cosas en Cristo y para Cristo. Y todo está orientado para Cristo: la historia del pueblo hebreo, la del pueblo aymara y la de todos los pueblos.

“Desde la creación del mundo, Dios está presente en el interior de las comunidades humanas que hizo a su imagen y semejanza (Gen. 1,26ss). Esa presencia del Señor se hace mediante la Palabra, que unifica la comunidad humana en el desenvolvimiento de la cultura, en la cual los pueblos encuentran su identidad (Jn. 1, 3).

La palabra de Dios es semilla escondida en el co- razón de cada cultura (LG. 5) y, muchas veces, se encuentra oprimida y deformada por la acción del pecado interior en la comunidad o impuesta por estructuras externas de opresión” (Juan Pablo II, Discurso a los indígenas en Quetzaltenango n. 3). “Pero Dios continúa presente y actúa en el corazón de la cultura” (Puebla 221), “amando la comunidad y con un proyecto salvífico sobre la totalidad de su vida”65.

Así, los grandes momentos de la presencia de Dios en la historia de salvación, los momentos en que Él irrumpe y desinstala esta historia, son privilegiados y decisivos, de pura gracia. Son los pachas históricos. Cuando hablamos de gracia divina que es siempre gracia de Jesucristo, que pe- netra transformando todas las dimensiones de la existencia y de la historia humana.

Esta nueva experiencia histórica de la revelación constituye un paso fundamental en la religiosidad del pueblo aymara. Su manifestación ritual no es un mero ritualismo, sino la celebración de los momentos de la gracia divina, de aquellos privilegiados y decisivos por los que Dios fue revelándose en la humanidad y su historia, en la naturaleza y la creación ente- ra y en Jesucristo, imagen de Dios invisible y primogénito de toda la crea- ción (Col. 1,15).

Momentos para agradecer a Dios y sentir su presencia en la disponibilidad de la Pachamama y de los otros espíritus tutelares. Así, la ofrenda a la Pachamama es la celebración o conmemoración del Dios que se manifiesta en la historia de este pueblo, dejándose contemplar y festejar (celebrar) desde tiempos inmemoriales en la naturaleza (Pachamama), en sus antepasados (Achachilas) y en su protectores (Uywiris).

La tierra también tiene sed, pasa hambre y necesita revitalizar sus fuerzas para continuar produciendo y dando vida al hombre. En ella encontramos el misterio de la vida, la renovada esperanza, la alegría. Dios se comunica en la tierra que se abre para recibir las ofrendas de la familia o la comunidad, y se hace palabra clara y precisa cuando hombres y mujeres se dirigen en oración hacia los cuatro puntos cardinales.

Entonces las libaciones66 no sólo significan su relación con la realidad que les rodea, sino la manera por la cual quieren entrar en comunión con el universo entero, con la creación, en la que Dios se aproxima al hombre y se deja reconocer como el único Señor de la historia y de todos los pueblos. La fiesta.

La Escritura es testimonio no sólo de memorias y prácticas rituales; también, el libro, el testamento de un pueblo que se alegra, canta, danza y se excede al celebrar los momentos privilegiados de la reve- lación de Dios (Sal. 108; 114; 148; 149; 150). La celebración eucarística, de hecho, es el acontecimiento festivo por excelencia.

Ella resume los anhelos de todos los hombres y mujeres que celebran el acontecimiento pascual como el kairos más grande de la vida de Jesús, el paso de la muerte a la vida. En esa fiesta, el pobre descubre su realidad humana y se descubre como sujeto colectivo y apto para existir y emprender una caminata.

Ese fue y debe ser el sentido de la eucaristía y de la conmemoración cristiana de la Pascua67. Por eso, la verdadera fiesta cristiana es aquella que se abre a los pobres y realiza en función de ellos. Para el pueblo aymara la fiesta es otro de los momentos privilegiados de la experiencia de Dios y expresión de fe que no tiene sentido fuera de la comunidad. Se celebra en el espacio que para el aymara es definido en su familia: ayllu (comunidad) y marka (el pueblo en su conjunto).

Son momentos que se dan en torno a la producción, los ciclos vitales, los acontecimientos históricos de liberación, las peregrinaciones, las grandes ceremonias del año y las que indican el calendario litúrgico de la Iglesia. En la fiesta, la experiencia de Dios se expresa con toda la riqueza sensorial marcada por los kairói y la memoria.

No celebran porque les viene en gana, o por otras intenciones peyorativas que suelen darse, sino convencidos de que la memoria, escrita o no, explica que estas expresiones son las maneras por las que se reconoce la Creación, la vida y todo lo demás (Sal. 149 y 150) como la obra generosa de Dios. Es así que, por eso, al celebrar, se canta y se danza en nombre de Él.

La música, el canto y el baile, la vistosidad de los vestidos y disfraces, el humo y el olor a incienso, el sabor de la comida y bebida, la coca y el trago, son “gestos sacramentales” de un pueblo con tradición e historia.

Y en medio de su abundancia y excesos, mantienen el sentido de la utopía del Reino; representan un serio esfuerzo de organización y solidaridad; son una crítica a la sociedad y a la Iglesia; y proclaman una inversión de valores humanos que tiene mucho que ver con lo que María cantó en el Magníficat y con las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña68.

“Considero que los ritos y fiestas ya mencionadas gozan de calidad sacramental, porque son signos concretos del amor de Dios y hacia Dios, y tam- bién muestran creatividad (desde la danza religiosa un sacramental intenso y complejo- hasta el simple y emotivo ‘saludo’ a una imagen). Son signos eficaces de acuerdo con el modo de entender de la gente, y claramente ligados a necesidades y esperanzas vitales”69.

Por ello, en el rito de la ofrenda a la Pachamama, a la vez que se conmemora, se agradece y renueva la fe de un pueblo que reconoce la creación y su historia como obra de Dios.

Es también el espacio festivo para celebrar y cantar sus alabanzas. “¡Oh Señor, nuestro Dios, qué glorioso es tu Nombre por toda la tierra!” (Sal. 8,2).

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