LA EXPERIENCIA DE DIOS DE LOS AYMARAS A LA LUZ DE LA FE CRISTIANA – Perspectiva existencial de su experiencia religiosa

La humanidad ha buscado en todos los tiempos y religiones ciertas huellas y signos para rastrear el misterio de Dios. Estos caminos hacia la revelación se diversifican según la maravillosa pluralidad de los seres humanos y la creatividad infinita de Dios.

Por eso, el encuentro con las diversas manifestaciones de Dios se hace de modo y sucesión diferentes, conforme a las personas y las culturas. “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas.

Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo” (Heb. 1,1-2). “Hay la manera como una inteligencia humana puede caminar hoy. Hay el modo cómo lo hace un cristiano educado en la comunidad de fe. Hay el modo cómo tantos pueblos, fuera del ámbito judeo cristiano, experimentaron la revelación de Dios”10.

El esfuerzo por formular desde el mundo aymara una auténtica reflexión de la experiencia de Dios, se realiza entendiendo “que no existe una única teología” y que ella no es propiedad exclusiva de nadie. Ellos, al igual que todos los grupos humanos que se abren a la experiencia de Dios, ge- neran reflexiones que buscan expresar esta experiencia trascendental.

Pero los presupuestos fundamentales en la explicación de su fe no será la razón científica, ni mucho menos conocimientos o elucubraciones abstractas sobre Dios, sino, simplemente, partirán del cúmulo de sabiduría religiosa con la que afrontaron y siguen afrontando los problemas de la vida.

En la estructura, el simbolismo y el lenguaje existente en el rito de la ofrenda, experimentamos que este pueblo, al igual que todos los pueblos indígenas y en general, los pobres, no hablan de Dios. Más bien hablan con Dios. Y su propuesta no es tanto expresar racionalmente algo sobre el mis- terio de Dios, en el que ellos viven y se mueven.

Simplemente, lo experi- mentan y lo comunican “a su manera”, que básicamente es el modo míti- co-simbólico heredado de los antepasados. Por eso, toda reflexión sobre Dios, toda tentativa de nombrarlo, de indicarlo, es insuficiente y limitada, pero indica necesariamente el punto de partida: Dios se reveló al hombre. La experiencia de Dios precede, pues, toda reflexión (respuesta) del hombre.

La reflexión está condicionada por la experiencia y no puede prescindir de ésta o substituirla. “La multiplicidad de reflexiones a respecto de Dios son al mismo tiempo testimonio de que el hombre puede formular, expresar, codificar de formas muy variadas sus respuestas a la experiencia de Dios”11. En este sentido, la teología parte directamente de la experiencia religiosa, que es una experiencia que se da en la fe.

“Es un hecho cierto que ese salto de trascendencia constitutivo del hombre en cuanto tal tuvo, desde los tiempos más remotos de la humanidad, una respuesta religiosa que cada cultura fue configurando en el devenir de la historia. Algunas de ellas reflejaron su doctrina en textos sagrados”12.

Así, la tarea infatigable, la responsabilidad y el compromiso del aymara de hoy, serán rememorar e interpretar su vida, su historia, su experiencia religiosa, como los pachas de la manifestación del Dios que libera y da vida en abundancia (Jn. 10,10).

No se trata de volver al pasado ni ahogarla en las aguas cargadas de las nuevas inundaciones. Sino, en términos teológicos, rescatarla del cautiverio en el que se encuentra y darle su verdadero sentido original, adulto y crítico, como lo exige el Evangelio (Lc. 4,18-19).

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